jueves, 8 de mayo de 2014

Noticias El Mundo

NOVELA NEGRA Ed McBain
La poli no es tonta
"El Estafador" es una novela de la serie Distrito 87, que escribió Evan Hunter bajo el seudónimo de Ed McBain

Marga Nelken > Madrid
Todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida.
Así funcionan las cosas en Estados Unidos. Sales a la calle y con el sudor de tu frente te ganas un dólar. El agua y el hielo los consigues gratis. Ya eres dueño de un modesto puesto de limonada junto a la carretera y, muy pronto, empiezas a recaudar cinco dólares por semana. Con esos cinco compras más limones y más azúcar, y vas esparciendo tus puestos a lo largo de la carretera, y en breve no eres capaz de atender tú solo todo el negocio. Y contratas a gente. Empiezas a embotellar la limonada y luego a envasarla en latas, y antes de que te des cuenta, la estás congelando para que se distribuya en los almacenes de todo el país. Te compras una enorme casa de campo con piscina y triturador automático de basuras y la gente te invita a sus cócteles, donde se ofrece tu limonada aderezada con un chorrito de ginebra. Has triunfado, y de qué modo.
Así funcionan las cosas en Estados Unidos, y todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida.
La ley no se opone al derecho inalienable de toda persona a intentar hacer fortuna como pueda. La ley sólo cuestiona los métodos y medios empleados para conseguir el ansiado papel.
Si, por ejemplo, muestras una querencia especial por reventar cajas fuertes, es posible que la ley te dedique una mirada no demasiado indulgente.
O si, por ejemplo, eres de los que prefiere atizarle a la gente en la cabeza para robarle la cartera, no es culpa de la ley que te observe con desagrado.
O incluso, llevando la situación al extremo, si te ganas la vida con el alquiler de tu pistola (tu pistola) apretando el gatillo del arma, si lo tuyo es desenfundar y disparar a la gente... entonces, ¡qué esperas!

Ahí queda eso. Arranque de lujo para una novela de la serie de la comisaría del distrito 87. No se puede empezar mejor. Y es que a estas alturas, andar husmeando por los rincones de esta sección que canta lo último y lo mejor de lo negropolicial y no conocer a Ed McBain y sus jugosas historias es algo así como ser cura y desconocer el quinto mandamiento. McBain, neoyorquino bajo cuyo pseudónimo se ocultaba Evan Hunter, famoso novelista y guionista caído en 2005, viene a ser a la novela negra lo que cualquiera de los apóstoles a las Sagradas Escrituras: uno de los nuestros. Y aciertan nuevamente los chicos de RBA apostando por McBain con este 'El estafador' para engrandecer su catálogo 'noir'.
Leer a McBain es lo más parecido que existe a sacar los colores a un cubo de Rubik

La vieja y cada vez más infrecuente canción: cae el libro entre tus manos, empiezas a hojearlo para ver cómo arranca la cosa y, para tu máximo goce acabas zampándote la historia de un tirón, sin soltar el ejemplar hasta llegar a la página 217. Y es que leer a McBain es lo más parecido que existe, en materia lectora, a sacar los colores a un cubo de Rubik. Todo parece estar descontrolado, anárquicamente descontrolado en un caos 'noir' y policiaco, para acabar en su sitio. La ley siempre triunfa y el pecador, paga. McBain no se anda con moralinas de listillo ni pretender darnos una clase ejemplar con sus historias. Se limita a contar. A contar con pelos y señales una historia verosímil y a lograr que conozcamos, párrafo tras párrafo, sin estridencias ni engañifas, cómo viven, sienten y padecen los polis de la comisaría del distrito 87 de Nueva York.

Nos toca seguir el rastro en esta ocasión a Steve Carella, detective que anda buscando a un asesino de 'boyas' ('ahogados', en el argot de la pasma), quien se cruza en plena investigación con los pasos de Arthur Brown, compi de comisaría que anda a la vez tras los pasos de un estafador. Y hasta aquí puedo leer, cual Mayra Gómez Kemp salida del corazón de las tinieblas. Os recomiendo esta novela porque viene a demostrar, entre otras muchas cosas, que los clásicos no envejecen nunca. Al menos en este caso, la prosa de McBain se mantiene más joven y vigorosa que nunca. Os dejo con otro momento de la novela. De nada.

A la chica que flotaba en el río Harb le habían hecho bastante daño, daño de verdad.

Llegó flotando hasta las rocas próximas al puente de Hamilton Bridge. Tres niños la vieron sin saber al principio de qué se trataba y, cuando se dieron cuenta, salieron corriendo en busca del primer poli que encontraron.

La chica seguía en las rocas cuando llegó el policía. A la gente no le gustaba ver cadáveres, y menos aún si llevaban algún tiempo en el agua. Abotagada, inmensa, la chica apenas parecía una chica. Había perdido por completo el pelo de la cabeza. El cuerpo se había descompuesto, y algunos jirones de carne se aferraban al sostén que, tensado por la expansión de los gases del cuerpo, todavía colgaba milagrosamente de ella tras haber perdido el resto de la ropa. Le faltaban también los incisivos inferiores.

El agente consiguió contener la bilis que le subía desde el estómago. Se acercó al teléfono de emergencias más cercano y llamó a la Comisaría Ochenta y Siete, a la que daba la casualidad de que pertenecía.

Sullivan, el sargento de guardia en la centralita, descolgó:

-Comisaría Ochenta y Siete, buenos días.

-Al habla Di Angelo -dijo el agente de uniforme.

-¿Sí?

-Tengo una boya cerca del puente.

Le dio a Sullivan todos los detalles y luego volvió a colocarse junto a la chica de las rocas, bañada aún por el sol de abril.